Hijos de nadie: los ciudadanos del Donetsk con el corazón dividido entre Rusia y Ucrania
Vasylina y su hijo Feliks no llevan un año de guerra a sus espaldas sino nueve . Son parte de los dos millones de ucranianos que vivían en 2014 en Donetsk cuando las milicias prorrusas, apoyadas por el régimen de Vladímir Putin, declararon la independencia de la región y se desencadenó la guerra del Donbass . En aquel momento, Feliks tenía 24 meses. «Los primeros dos años de la guerra fueron muy duros. Después, la situación se volvió más o menos estable, menos peligrosa . Era peligrosa en la frontera, pero en el centro era más o menos tranquila». Feliks creció en medio del conflicto mientras Europa miraba hacia otro lado y su familia esperaba el final de una guerra que hoy sigue pareciendo muy lejano. Hoy tiene once años y es un refugiado. Como muchos otros nacidos en Donetsk , a Vasylina le cuesta definirse. Se siente «muy orgullosa» de ser ucraniana pero su lengua materna es el ruso y se ha criado en la cultura soviética. Y esta dualidad altera su arraigo y le confiere un sentimiento un punto apátrida. «¿Cómo voy a decir exactamente si me siento más ucraniana o me siento más rusa? Soy una persona del mundo que quiere la paz», responde a una pregunta que le resulta visiblemente incómoda. «Decir eres ucraniano, eres ruso, eres católico o eres ortodoxo siempre genera un conflicto», zanja. Vasylina se declara enamorada del «alma» ucraniana pero ésta no forma parte de sus recuerdos de niñez porque el país era una república soviética entonces. «La danza, las canciones, la cultura, las tradiciones o la comida ucraniana… no las conocí cuando era pequeña sino de mayor», recuerda. Acoso de otros ucranianos Sus bisabuelos, búlgaros, emigraron a Donetsk atraídos como tantas otras familias por el crecimiento de la ciudad gracias a su industria y minas. Allí se asentaron. «Nací allí. Mi familia es de Donetsk, mi padre y mis abuelos nacieron allí», narra. «Pero mis antepasados aprendieron ruso y es la lengua de mi familia . Sé ucraniano pero tengo menos habilidad para hablarlo». ¿Y el resto de los ciudadanos de Donetsk? «Depende de la familia. Pero la mayoría habla ruso», apunta. Feliks, por su parte, no sabe hablar la lengua oficial del país en el que nació. El supuesto gobierno independiente de Donetsk borró el ucraniano de las escuelas, lo eliminó como idioma oficial y Vasylina prefirió no enseñárselo. «Intentaba que no sintiera que vivía en guerra, que llevara una vida lo más normal posible, como si no existiera el conflicto . Fue mi culpa». Noticia Relacionada estandar No Xi Jinping visitará a Putin la próxima semana para impulsar un acuerdo de paz para Ucrania Rafael M. Mañueco En medio de las sospechas sobre el envío de armas chinas a Moscú, su visita apunta a un intento de mediación en la guerra de Ucrania porque luego podría hablar con Zelenski Cuando el pasado mes de julio este pequeño llegó al centro para refugiados de Pozuelo de Alarcón (Madrid) después de escapar de los bombardeos sufrió ‘bullying’ por parte de otros niños ucranianos. «Empezaron a decir que iban a matarle, que era el enemigo y le llamaban fascista . En la comida le tiraban botellas de agua», recuerda su madre con amargura. «El ucraniano, para él, es como una lengua extranjera. Sufrió y lloraba mucho porque no podía comunicarse con los otros niños. Fue un estrés añadid o al que ya traía por perder su casa, su familia, sus abuelos, sus amigos… por tener que huir sin saber a dónde íbamos a ir ni qué iba a pasar con su vida», relata Vasylina. La situación duró unos dos meses hasta que poco o poco, a través sobre todo de juegos, empezó a abrirse paso la comunicación . «Los otros niños empezaron a ver que no era malo, que era un chico normal y empezaron a respetarle un poquito», prosigue su madre. Después, una familia madrileña -María, Joaquín y sus dos hijos- les acogió en su casa de Torrelodones a través del programa de ayuda oficial. Conflicto civil Y es que junto al conflicto militar la Federación Rusa ha abierto otro civil entre los propios ucranianos. «Cuando empezó la guerra perdí mi trabajo. Encontré otro en Kiev porque tenía muchos años de experiencia en turismo y las empresas que conocía me ayudaron. Traté de buscar una vivienda… pero desde los primeros años de la guerra fue imposible porque la gente del centro de Ucrania no era amable con los que éramos de Donetsk», recuerda esta refugiada. «Cuando llegabas y preguntabas si podías alquilar un apartamento, el precio que te daban era carísimo. Y no todos querían vernos trabajar allí», añade con tristeza. «La situación era muy complicada y mi familia y yo decidimos quedarnos (en Donetsk)». «Traté de buscar una vivienda… pero desde los primeros años de la guerra fue imposible porque la gente del centro de Ucrania no era amable con los que éramos de Donetsk» Vasylina encontró un trabajo a distancia que solo le requería viajar a Kiev una vez cada dos o tres semanas. Pero los trayectos eran complicados. «Los dos gobiernos hicieron una frontera y debías tener permiso para ir a cualquier ciudad de Ucrania ». El Covid lo terminó de empeorar. «Todo se cerró. Las fronteras se cerraron y no podías salir. Solo era posible salir de Donetsk a través de Rusia , haciendo unas colas muy grandes de casi 36 horas, después de un montón de trámites complicados», recuerda. Cansada del conflicto, a principio del año pasado decidió que se trasladaría a Kiev cuando llegara la primavera. «Y de repente la guerra entró en una nueva fase más fuerte y peligrosa. Al principio teníamos luz pero solo teníamos agua un día, algunas horas. Y los precios de los productos subieron, subieron, subieron y subieron. Casi no había trabajo, solo en tiendas o empleos que dependieran del gobierno». Sin luz al final del túnel «En mi ciudad existía un fondo de voluntarios, Food for life. Creamos un grupo en Instagram, en Facebook y pedíamos ayuda, donaciones para preparar comida y repartirla. Con la guerra es peligroso. Cada día teníamos un plan e íbamos a una ciudad a llevar pan y comida caliente. Venía mucha gente que escapaba de otras partes de Ucrania , atendíamos a mucha gente que venía de Mariúpol… lloraban porque no tenían luz, agua, comida… ni nada», cuenta con emoción. Vasilina Levitska y su hijo Feliks estuvieron refugiados en una casa española durante seis meses GUILLERMO NAVARRO «Hay que huir de la guerra y tener fe. España ha sido una bendición» Tras salir de Donetsk a través de Rusia, viajar a Georgia y de ahí a España, donde han permanecido seis meses, Vasylina y Feliks volaron a Canadá en enero, donde residen ahora. Su mensaje a sus compatriotas es de ánimo y valentía para abandonar la guerra. «No hay que tener miedo. Hay que tener fe en la gente y en Dios, porque ayudan», aconseja. «Es difícil tener que pedir la comida, el alojamiento… pero yo ahora no pienso en mí, pienso en mi hijo». Para esta refugiada, «España ha sido una bendición. Es imposible encontrar palabras para describir nuestro agradecimiento a este país y a las familias que acogen, sin conocer a quién van a ayudar y sin pedir nada. Creo que hay tener un corazón muy grande», agradece. Vasylina no duda ante la pregunta de qué pasaba si se acercaba a pedir ayuda alguien ruso. «¿Cómo voy a decirle a una persona que no puedo darle una comida caliente por ser ruso ?», pregunta retóricamente. «Es una persona que lo necesita y tiene hambre. Cualquier persona con necesidad merece un pedacito de pan. Hay sufrimiento en las dos partes». Ese fondo sigue funcionando hoy pese al fuego y los bombardeos cruzados. En él se mantienen como voluntarios, entre otros, la madre de Vasylina y los amigos que dejó en Donetsk. La comunicación, por ahora, se mantiene abierta. «Hoy me ha escrito mi madre diciendo que han estado repartiendo. Las navidades fueron muy tristes porque la gente no tiene nada ». De momento, logran repartir «casi todos los días» aunque el riesgo es creciente. «Es muy peligroso pero mi madre dice que es su decisión. Y que si muere ayudando será una muerte digna», explica. « Yo ahora no veo ninguna luz al final del túnel. Solo veo un túnel y un montón de gente muerta» A estas alturas del conflicto, Vasylina no tiene claro qué solución sería mejor. «Nadie sabe nada. Es una pregunta complicada y prefiero no contestar. Yo ahora no veo ninguna luz al final del túnel . Solo veo un túnel y un montón de gente muerta», explica. «Quiero que Ucrania como país crezca, florezca, tenemos tantos recursos… este sufrimiento es increíble». El deseo de esta refugiada, como el de todos los demás, es que la guerra termine cuanto antes para poner al fin al sufrimiento y la muerte de la población civil. « Niños y familias que podrían estar disfrutando de la vida… Todos los días hago oraciones y se lo pido a Dios», recalca. Culpable por estar a salvo Vasylina dice que si por ella hubiera sido se hubiera quedado en Donetsk pero que decidió huir el pasado julio para poner a salvo a Feliks. «Cuando vi las bombas a mi lado entendí que tenía que sacarle». El viaje hasta España fue una odisea . La única manera de abandonar Donetsk era entrando en Rusia, a unos 300 kilómetros, porque hacia el otro lado está el frente. «Ir por Ucrania era muy peligroso. Era una muerte segura». Feliks no quería abandonar su casa ni pese a la cercanía de las bombas. «¿Por qué debo dejar a mis abuelos, a mis amigos y mis juguetes? Quiero quedarme», me decía. Madre e hijo cogieron un coche hasta Rusia y luego hasta Georgia desde donde ya podían huir a cualquier país. Allí Vasylina consiguió ayuda para llegar a Madrid en avión pidiendo ayuda a través de una cuenta de astrología que tiene en Instagram. «Empecé a escribir que quería ir a España y que si alguien podía ayudarme. Me prestaron billetes. Aterrizamos en Barajas un lunes bastante tarde. Cruz Roja estaba cerrado y empezamos a llamar a la línea de urgencia». Al principio no logró contactar con nadie. «Pensé que íbamos a pasar la noche en la calle y le dije a Feliks, ¿sabes qué? Hace buen tiempo y podemos esperar aquí (en el suelo). Él me decía que no podíamos pasar allí la noche». Afortunadamente, no fue así. «Gracias a Dios me ayudaron, me dijeron que podía ir al centro de Pozuelo y me llevaron a un hotel», continúa. A partir de ahí comenzó la tramitación de los documentos y una vida temporal en España que, pese al duro inicio, recuerda con cariño. Especialmente la estancia en la casa de acogida. « Antes Feliks pintaba pero dejó de hacerl o . Volvió a pintar cuando vinimos con la familia. Ha sido una oportunidad muy grande. Nunca olvidaré esto». Vasylina buscaba poner la vida de su hijo y la suya a salvo, pero se siente mal por conseguirlo. «Mis pensamientos están en mi casa, con mi madre y mis amigos… aquí no hay bombas, tengo comida, casa y personas que me apoyan. Me siento mal por tener esto con el sufrimiento que hay en Ucrania. ¿ Cómo voy a ser feliz si mi gente sufre? ». De momento, intenta no pensar si un día podrá regresar a su país. «Feliks me lo pregunta cada día. Yo solo sé que quiero volver pero que ahora no es posible».