La andaluza que refugia familias de Gaza en Egipto
Mounir tiene cinco años y ya ha visto su hogar reducido a escombros por la guerra. Sus padres destacan su «aguda observación e inteligencia». Características con las que el pequeño dice que quiere ser inventor, pero su futuro es incierto. La guerra iniciada hace ya un año hizo que tuviera que huir con sus padres al sur de Gaza. Luego, mientras su padre buscaba comida, un misil lo dejó herido por metralla en una silla de ruedas. Desamparados huyeron a Egipto, donde la asociación andaluza Himaya (proteger en árabe) les ha brindado un hogar lejos de las bombas y los drones asesinos. El Cairo es el lugar donde tratan de salir adelante, como otras 13.000 familias palestinas, pero no es sencillo. El cabeza de familia no puede trabajar por sus lesiones. Por eso, desde Gaucín (Málaga), Rosa Peñarroya y sus compañeras, Sonia Bocharán y Angie Carabassa , le brindan un hogar para que pueda seguir soñando. Es una de las cuatro familias que esta asociación tiene ya acogidas en Egipto en colaboración con la ONG Laud Al-Auda. Todas procedentes de una Gaza arrasada por Israel tras el ataque de Hamás del 7 de octubre del año pasado. «Estuvimos mirando la forma de trabajar en Líbano, porque lo conocemos. Estudiamos el precio de los alquileres, pero eran carísimos. Unos 500 euros un piso», explica Rosa Peñarroya, que es presidenta de la organización. De repente, Angie Carabassa, una de las socias, conoció a una chica que se iba a El Cairo de voluntaria y que estaba trabajando con jóvenes palestinos. Pagaban alguna habitación a familias refugiadas con su dinero y que estaba buscando ayuda. Nos juntamos. En agosto llegó la primera familia », asegura Peñarroya, que señala que el precio de cada piso es de unos 160 euros. En la primera vivienda entró una mujer que necesitaba una cirugía para estabilizar sus vértebras, así cómo que le instalaran placas de metal. El intenso dolor no la dejaba moverse. Dos de sus hijos se quedaron en Gaza . La mujer se sometió a su primera cirugía en noviembre sin éxito y tuvo que volver pasar por quirófano para extraer un disco e insertar una prótesis de carbono. Después llegó una madre con tres hijos. Huyeron de Shujaiya cuando la violencia se intensificó. Buscaron refugio en Tel al-Hawa y en hospital de Al-Shifa, de donde salieron rodeados de cadáveres antes de llegar a El Cairo tras cruzar por el paso de Rafah. Su primer domicilio era un apartamento sin ventanas en un sexto piso donde el calor abrasaba. La llegada de una familia a uno de los pisos de Himaya ABCAhora los cuatro están bajo el paraguas de esta asociación andaluza, que también tiene a una pareja con cuatro hijos que salieron de Shujaiya para Al-Nasr, luego para Deir al-Balah y la frontera de Rafah. No cruzaron y volvieron a un campo de refugiados en Deir al-Balah. «Las fuertes lluvias se filtraban a través de la tienda, y los insectos y plagas infectaron el lugar , haciendo nuestras vidas en esas condiciones insoportables», recuerda el padre de familia en el informe de esta asociación. La inquietud de Rosa por ayudar comenzó en Irak en 2003 cuando se enroló en la brigadas internacionales de ayuda, antes de estallar la guerra. «La idea era llegar allí y conocer al pueblo iraquí . No veías a mujeres con los hiyab ni a los hombres con los Kalashnikov. Era gente normal. Lo documentamos todo: visitas a hospitales, escuelas, los contactos con la cultura, con la cultura iraquí… Pero el 19 de marzo ya empezaron los bombardeos», añade. No olvida cuando comenzaron las explosiones y muchos salieron para España, pero ella se quedó allí. Por las mañanas un grupo de nueve personas visitaban los hospitales y por las tardes el lugar donde las bombas habían matado a población civil. Al final, el grupo escribió el libro ‘Crímenes de Guerra’ y hasta fueron llamados a la sede de la ONU en Nueva York para contar su experiencia. Después de esa experiencia, Rosa paró. Es cuando formó una familia con su actual pareja y tuvo dos hijos, hasta en que 2016, con los niños ya más grandes, decidió irse a ayudar a la crisis humanitaria de Lesbos. Llegó a Atenas con 9.000 euros y se encontró una avalancha de gente que huía de la guerra de Siria. Empezó a trabajar en los campos de refugiados, hasta que vio que las mujeres con niños que estaban viajando solas estaban completamente desprotegidas. «No podían salir por la noche de la tienda de campaña porque las violaban o las raptaban», afirma esta andaluza, que pensó en coger el dinero que llevaba y alquilar pisos. Primero lo hizo por su cuenta, pero llegó a juntarse con 18 viviendas y cada una con siete o más residentes debido a que las familias eran muy grandes. «Lo que nos dan lo usamos para los alquileres. Los viajes los pagamos de nuestro bolsillo»No podía gestionar aquello sola, así que con sus dos amigas constituyeron Himaya para poder canalizar la ayuda. «Todo lo que se nos dan, unos 22.000 euros al años de benefactores , es para los pisos. Si hay que hacer viajes o gestiones las pagamos de nuestro bolsillo», explica Peñarroya, que es la fundadora. En Grecia ya han acabado su labor. Tenían los alojamientos hasta que los refugiados conseguían la reagrupación familiar en países de Europa. «Sólo nos queda un piso», añade Peñarroya, quien asegura que tienen en acogida a una madre con cuatro hijos procedentes de Congo, pero que el compromiso con ella es hasta dentro de seis meses con un alquiler de 500 euros mensuales. Después llegó Afganistán y refugiaron a varias familias en Pakistán, sobre todo mujeres que salían huyendo del régimen talibán. «Ahí es donde estamos todavía colaborando, pagando alquileres e incluso ayudando en los billetes de avión para que las familias salgan hacia otros países, depende de dónde les dan los visados», recuerda esta voluntaria, en cuyos informes hay varias familias que tienen como destino Madrid. Además, hay otra más en Turquía , pero está en fase de independizarse de Himaya el mes que viene. Es una familia de kurdos, cuyo padre tiene un trabajo estable y ya están en un situación en la que pueden mantenerse por sí mismo. Intentó entrar como refugiado en Grecia, pero no lo dejaron. Tenía dos esposas y en la frontera solo le dejaban pasar con asilo para una de sus dos familias, por eso se quedó en Turquía. Rosa, Angie y Sonia con unas de las familias que acogieron en Atenas procedentes de Siria ABCA estas víctimas de la guerra la asociación les busca el piso donde van a vivir y se lo acondiciona , hasta el punto que son los que ponen los electrodomésticos más básicos, como es la nevera o una lavadora. Luego durante aproximadamente un año pagan la renta de la vivienda, mientras que la asociación en el país donde están acogidos se ocupa de que la familia pueda salir adelante. Así, los refugiados están acompañados hasta que pueden desenvolverse con soltura y buscar sustento en el país dónde están. Las familias se eligen por índices vulnerabilidad: enfermos, madres con niños y ancianos… Uno de los aspectos más importantes a la hora de cesar con la ayuda es la escolarización de los hijos . La asociación les ayuda hasta que tienen normalizada su situación. Las donaciones van desde los 15 euros.La escolarización es la base del proyecto en Camerún. Colaboran con ‘Doble Corazón’, que trata de levantar un orfanato . Desde Andalucía lo que se garantiza es financiación para poder ayudar a la escolarización de los niños. También hay una parte social en España con casas de acogidas de niños saharauis en Lérida. Son menores que tienen dolencias que no pueden ser tratadas en el Sáhara. Son los casos de Aicha de ocho años o Adda de siete, ambos con cardiopatías, o Lehbib de trece años, pendiente de una cirugía urológica. Ellos son parte del grupo a los que esta asociación andaluza les posibilita su estancia para buscar un futuro fuera de la guerra .