La novela puede esperar
Tengo amigos que escriben libros y lo peor es que los escriben buenos los cabrones. Son esa clase de amigos… de esos que no me dejan recrearme en que podría escribir uno mejor. Escriben de amores nuevos y monstruos mitológicos, del Puente de Segovia que es la meca de todos los suicidas de Madrid, de la Navarra de los años noventa en esa historia que nadie quiere contar y hay quien certifica que ‘Pueblo’ fue un periódico más que una leyenda de este oficio y sus periodistas, tipos de carne y hueso, piratas del papel. Dibujan viñetas prologadas por Garci, publican viajes a Jerez. Y yo pienso los sábados qué debería escribir un libro -sin concretar: un ensayo, una novela, un algo, aunque sea un manual sobre cómo plantar un árbol- pero los lunes escribo periódicos y los martes también, porque la actualidad es una hidra con la que uno no deja de lidiar. Todos los borradores que tengo pendientes tienen aire de artículo, extensión de artículo, ganas de columna, porque uno se acostumbra a mirar el mundo de una forma concreta. Los hay que miran por un catalejo y los que lo miramos con un periódico enrollado, que no amplía ni deforma la realidad. Unos escriben de bestias antiguas y yo escribo de Pedro Sánchez, que quisiera ser un dios griego, pero la Constitución, la oposición y el Poder Judicial, le obligan a ser mortal. Otros días miro por la ventana en La Mudarra y sigue sin haber mar. Esta mañana, en el supermercado, una señora le atizaba a su nieto con una barra de pan y yo pensando que es lo más parecido a un duelo que estado a punto de narrar; pero no hubo sangre. Podría embarcarme de cronista de Indias, pero quién iba a descubrir Valladolid entonces. Y sobre todas las cosas, que si yo fuese Hemingway, como decía Gistau, sospecho que ya lo sabría. Hay tipos que corren triatlones y otros que corren los cien metros lisos como hay novelistas y articulistas y estos últimos te abren un mundo y lo cierran en lo que dura un sprint. No es que una buena columna tenga una idea o ninguna, como decía Umbral, es que en un artículo caben demasiadas cosas y para escribir un libro hay que tener algo que contar que no quepa aquí. No es que yo no tenga nada más que decir que estas quinientas cincuenta palabras, es que después tengo otras quinientas cincuenta y después otras tantas más. Aquí entra un gobierno con veintidós ministerios, un pueblo de ciento setenta habitantes, Valladolid y Madrid -una al lado de la otra- una isla, un tesoro, dos amantes e incluso un amor.