Testimonios del ataque del 7 de octubre

Testimonios del ataque del 7 de octubre







Era Shabatt, día sagrado para los judíos y fin de semana en mi calendario laboral. No había convocatorias ni entrevistas programadas para aquel 7 de octubre de 2023. Tras una ajetreada semana de rodaje en Cisjordania para un reportaje de Informe Semanal, la víspera, no programé el despertador. Mi plan era disfrutar de una jornada de relax, pero a las ocho de la mañana, una estruendosa sirena antiaérea me despertó.

En los diez meses que llevaba como corresponsal, no había escuchado antes ese sonido en Jerusalén. Ninguno de los cohetes lanzados desde la Franja de Gaza a territorio israelí durante en los últimos años había alcanzado Tierra Santa.

Como todas las viviendas de nueva construcción de Israel, la mía también tenía una «habitación búnker», con doble puerta y ventana para protegerse ante un ataque. Allí permanecí encerrada cerca de 20 minutos, atónita por las noticias y mensajes que iba recibiendo en el móvil. Aprovechando una pequeña tregua de sirenas, me desplacé corriendo a la corresponsalía situada a escasos 200 metros de mi casa.

La confusión de las primeras horas

Uno de los cámaras con los que habitualmente trabajaba también pudo llegar con relativa rapidez. Los medios locales reportaban ataques simultáneos, en poblaciones del sur, de milicianos infiltrados desde la Franja de Gaza. Los periodistas residentes en la zona hablaban de intercambio de disparos, caos y continuos lanzamientos de cohetes. Las primeras horas e informaciones fueron muy confusas. Por fuentes propias, agencias, y la ayuda de mi productora Marina Liberman, trataba de contrastarlas en medio de un gran desconcierto.

Las noticias fluían a toda velocidad. Desde esa misma mañana ya circulaban vídeos de los ataques y el secuestro de rehenes en los Kibutz y en el festival de música, donde raptaron y asesinaron a muchos de ellos.

A media mañana, el primer ministro, Benjamín Netanyahu, declaró el estado de guerra. De inmediato, los aviones de combate israelíes bombardeaban Gaza. Se activaba así la respuesta “Espadas de Hierro”.

Dos días en recuperar el control de las zonas fronterizas

El Ejército necesitó dos días para recuperar plenamente el control de las poblaciones del sur como Sderot o Askhelon y de los Kibutz fronterizos. Pese a no estar garantizada la seguridad en esa zona, conscientes de que asumíamos cierto riesgo, nos aproximamos lo más posible a los lugares asaltados para recoger el testimonio directo de las personas que buscaban desesperadamente a familiares y amigos. Muchos con los que hablamos no tenían noticias de su paradero. Otros, los habían identificado entre los rehenes por medio de los vídeos que los milicianos publicaban en redes sociales.

Pánico, impotencia, rabia, angustia, eran los sentimientos que más se repetían.

Incrédulos por lo ocurrido, se preguntaban cómo su poderoso servicio de inteligencia y ejército no habían detectado y abortado el mayor ataque a la población Civil en los 75 años de la historia de Israel. Hamas pilló desprevenida a su población, especialmente a los ciudadanos de los Kibutz, mayoritariamente seculares y de los menos beligerantes con la causa palestina. El asalto y la posterior masacre se produjo en un día sagrado, al igual que lo hicieron los ejércitos sirio y egipcio medio siglo antes, desatando la guerra del Yon Kipur. La historia volvía a repetirse. El exceso de confianza de su capacidad para ser inquebrantable como sociedad y como país, pudo ser una de las claves para que la ofensiva de Hamas resultase exitosa, y terminara provocando la ofensiva más larga y sangrienta que Israel ha llevado a cabo contra los palestinos.

En uno de los primeros discursos a la población israelí tras el siete de octubre, el Primer Ministro Netanyahu prometió «venganza«. Desde entonces, despliega todo su potencial militar en la ofensiva más larga y sangrienta de su historia, que no cesa y se amplía a otros puntos de la región. Su contundente respuesta deja hasta el momento más de cuarenta y cinco mil muertos entre Gaza, Cisjordania y el sur del Líbano.

Pese a las protestas de una parte de los ciudadanos, indignados y furiosos, contra su gobierno, por la gestión para la liberación de los rehenes, la mayoría de israelíes apoya la guerra. Creen que es imprescindible para preservar su seguridad y supervivencia sin importarles el sufrimiento de la población civil palestina de Gaza, Cisjordania y ahora, también, libanesa.

Ese es también uno de los motivos por los que ignoran las reiteradas peticiones de la comunidad internacional en favor de un al alto el fuego.

Un año después del siete de octubre estamos en un escenario impensable cuando desató esta guerra, cuyo final no se vislumbra en un horizonte donde planea la sombra de una peligrosa guerra regional.

Fuente: www.rtve.es