Le Pen, a por el Parlamento Europeo

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Esta semana he estado en Perpiñán, en el sur mediterráneo francés pegado a los Pirineos, a la frontera con España, porque ahí es donde el principal e histórico partido de la extrema derecha, el Rassemblement National (Agrupación Nacional), antiguo Front National, ha decidido lanzar su campaña a las elecciones al Parlamento Europeo que se celebran del 6 al 9 de junio, y de paso la campaña de 2027 a la Presidencia.

¿Por qué Perpiñán? Porque con unos 120.000 habitantes es la mayor ciudad que gobierna esa formación. A Perpiñán viajaron la dirección del partido y 33 de los 35 candidatos a eurodiputados, cuya identidad se desveló precisamente en ese acto. Presidió el escenario una gran pantalla con un J-39, es decir, 39 días para el día D (J de jour), el 9 de junio.

Perpiñán, la radiante capital de esa derecha

Durante muchos años Perpiñán daba la bienvenida a quien llegaba por carretera con un cartel suplementario al del nombre de la ciudad, «La Catalane». «Perpiñán, la catalana» era el lema de la capital del Rosellón. Figuraba por todas partes en el centro histórico, en la oficina de turismo, en museos y toda la cartelería que tenía que ver con el turismo y la promoción. Ese lema ha desaparecido, el gobierno del RN lo ha cambiado por «Perpiñán, la radiante». Un lema que no había molestado a la derecha que gobernó la ciudad la década anterior sí parece que no es del agrado del partido que gobierna desde 2020. Es algo más que una anécdota.

¿Cuál es la clave de la victoria abrumadora del RN en las municipales de 2020? Se lo he preguntado a Olivier Gandou, autor de un libro sobre los tres años de gobierno de este partido en Perpiñán, «Perpignan sous mandat RN. Bilan 2020-2023» . «Una combinación de factores -responde Gandou- el descontento con los gobiernos anteriores, el malestar con la pobreza y la delincuencia en la ciudad y que el candidato, hoy alcalde, Louis Aliot, tiene un discurso moderado, procura no decir nada susceptible de levantar ampollas. Ninguna declaración radical respecto a la inmigración, los musulmanes o los gitanos [comunidades importantes en la ciudad y la región], ni sobre derechos como el del aborto«.

Que no les llamemos extrema derecha

«No me siento aludido» y rictus de casi desprecio a su interlocutora, esta fue la reacción de Jordan Bardella a Valérie Hayer en su cara a cara del jueves en la cadena de televisión francesa BFMTV cuando Hayer se refirió a él como representante de la extrema derecha. Es la reacción común de todos los políticos que representan a esas fuerzas políticas, que se engloban dentro del nacionalismo populista o la derecha populista en Europa.

Jordan Bardella, a sus sólo 28 años, es el presidente del Rassemblement National cuya líder indiscutible, por encima de cualquier cargo, es Marine Le Pen. Bardella es además diputado en el Parlamento Europeo y encabeza la lista de RN en las próximas elecciones del 9 de junio, su adversaria en el debate televisivo, Valérie Hayer, es la cabeza de lista del partido del presidente Emmanuel Macron. El hecho de que la cadena privada eligiera ese cara a cara como primer debate de campaña electoral ilustra a la perfección cuál es el duelo político de hoy en Francia: entre el centrismo de Macron y esta extrema derecha que no se reconoce como tal. Los hechos indican que una parte importantísima del electorado francés tampoco los considera una opción extremista.

«Marine no es su padre»

Me lo repitió varias veces María del Pilar, una de las 2.000 personas que llenaron el Palacio de Congresos de Perpiñán para ver y escuchar a Jordan Bardella y Marine Le Pen. María del Pilar nació y se crió en Ponferrada (España), pero ha hecho su vida adulta y creado una familia en Francia. Comparte muchos de los postulados de Rassemblement National y su razonamiento ilustra el éxito de la estrategia de la líder del RN, que en Francia se conoce como desdiabolización de su partido. Es decir, la moderación de su discurso, transformar la percepción del partido que tiene la ciudadanía, que deje de dar miedo, de provocar rechazo, que se lo considere un partido más, al que se pueda votar y con el que pueda negociar y pactar sin avergonzarse. Dejar de ser una formación proscrita contra la cual el resto de formaciones aplican un bloqueo, un cordón sanitario. «No es como Vox -argumenta la francoespañola- es como votar al PP en España».

El Frente Nacional, como la mayoría sigue llamando a esa formación, lo fundó Jean-Marie Le Pen, padre de Marine, en los años 70 con una adscripción claramente en el extremo de la derecha y con un discurso antisistema. Le Pen padre era una figura imponente tanto por su apariencia física como por la beligerancia de su retórica. Era puño de hierro en guante de boxeo. Y no es una metáfora, hace 30 años, en 1994, para un cara a cara con otro personaje singular, Bernard Tapie, el conductor de la televisión pública les ofreció sendos guantes de boxeo. En esa retórica abrupta Jean-Marie Le Pen hizo a lo largo de su carrera política declaraciones abiertamente racistas y antisemitas, un perfil que lo invalidaba para alcanzar la cima, la presidencia de la República, a pesar de que en 2002 logró pasar a la segunda vuelta.

Su hija sí quiere ser presidenta de Francia. Ha fracasado en tres ocasiones, pero de mantenerse la tendencia actual no es descabellado plantear que sí lo puede conseguir a la cuarta, en la primavera de 2027, dentro de tres años, y el acto de esta semana fue un preludio, como lo es toda intervención suya, de esa futura campaña. Por el camino Marine Le Pen ha echado a su padre y fundador del partido, le ha cambiado el nombre a la formación, ha rejuvenecido el plantel y ha moderado la verbalización de lo que siguen siendo los pilares de su política: nacionalismo, anti inmigración, anti islamismo y antieuropeísmo.

«¡Marine, Président!» fue el lema coreado con más entusiasmo por el aforo del Palacio de Congresos. Otros dos fueron un clásico en cualquier competición, «On va gagner! On va gagner!» (Vamos a ganar), y uno distintivo de la extrema derecha, «On est chez nous! On est chez nous!», que podríamos traducir por «estamos en nuestra casa» o «esta es nuestra casa», grito dirigido a los inmigrantes. Ojo, matizaría María Pilar o cualquier otro simpatizante del RN, entre ellos muchos hijos de la inmigración, «no estamos contra los inmigrantes, nuestros padres lo fueron, estamos en contra de la inmigración masiva, descontrolada, y de los inmigrantes que mantiene sus costumbres y no se asimilan».

¿Miedo? ¿Qué miedo?

En 2002 cubrí para Informe Semanal el fenómeno Jean-Marie Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, y fui testigo del miedo, el verdadero estupor, que causaba la posibilidad de que Le Pen se convirtiera en jefe del Estado. La manifestación de repulsa en París fue de las mayores y más apasionadas que he visto nunca. Un rechazo vehemente que llevó a la gran paradoja electoral de que el presidente Jacques Chirac, con acusaciones de corrupción pendientes, fue el candidato a la reelección menos votado de la historia en la primera vuelta (19,8%) y el más votado en la segunda (82,2%). Militantes de izquierda que detestaban a Chirac votaron por él para que Le Pen perdiera y lo hiciera de manera clamorosa. Lo tomaron como una causa de orgullo ciudadano, de defender el honor y la imagen de Francia, un acto de patriotismo, y entre los más movilizados, los jóvenes.

Nada que ver con el panorama actual. Dos décadas después los hijos de aquellos jóvenes reciben el derecho al voto sin miedo a un apellido que ya no parece condenado al fracaso. En las últimas presidenciales (2022) Marine Le Pen volvió a perder frente a Emmanuel Macron, pero no fue una derrota humillante porque Le Pen redujo la diferencia a la mitad, de un 66%-34% en 2017 a 58,5%-41.4% en 2022. Una derrota clara, pero que da esperanzas de victoria. Los hijos de aquellos jóvenes horrorizados por la posibilidad de Le Pen presidente se sienten desinteresados por la política, y el único candidato a las elecciones del mes que viene que les suena vagamente es Jordan Bardella. El candidato del partido de Le Pen.

Fuente

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